v.12 n.7 ¿Quién conoce mejor a Jesús?

Por Anthony Buzzard


Si usted está de acuerdo con el sentido común de la propuesta de arriba, veamos lo que Jesús tenía que decir sobre su propia identidad. Iglesias desde hace mucho tiempo se reúnen bajo una pancarta—la creencia de que Jesús es Dios, Jehovah, el Dios de Israel.

¿Pero dijo Jesús tal cosa? El bien pudo haber dicho: “Yo soy Dios”. Pero nunca lo hizo. Ni una sola vez. ¿Entonces, quien dijo que era él?

La pregunta arremolinó alrededor en esos días frenéticos del ministerio de Jesús. Algunos pensaban que Jesús era uno de los profetas resucitados. Otros tenían otras opiniones. Jesús, como maestro enamorado de la unidad y el orden, le planto la pregunta a sus mayores alumnos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” (Mateo 16:15). Olvídese de conjeturas populares y lleguemos a la mera verdad. Pedro respondió con seguridad: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente.” ¿Está claro? Queriéndome poner al lado de Jesús, estoy escuchando atentamente a la respuesta de Jesús de la iluminada respuesta de Pedro a esa gran pregunta—la pregunta realmente grande en que la fe Cristiana depende.
Jesús recibió la esplendida respuesta correcta de Pedro con una alegría desbordante. Jesús dijo que Pedro había sido dotado por un milagro de comprensión y fue capaz de definir correctamente quién era Jesús. Él es el Hijo de Dios, el Mesías: “esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos” [y propongo construir mi propia Iglesia sobre esta idea penetrante que soy el Hijo de Dios, el Mesías] (Mateo 16:17-18).
Jesús así nos dijo en términos claros: “Yo soy el Hijo de Dios, el Mesías.” Él sabía quién era.

Después de los tiempos del Nuevo Testamento esa verdad fundamental, unificadora y estabilizadora no permaneció. Sufrió los estragos de la filosofía Griega la cuál repasó—y confundió—toda la enseñanza bíblica acerca de Dios y Su Hijo, el Mesías. Pero mientras la Escritura se escribía y los apóstoles aun estaban vivos para defenderla fuertemente, el grito continuo saliendo: “Estas cosas [según todo el evangelio de Juan] fueron escritas para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios” (Juan 20:31). ¿Suena familiar? Incluso más tarde en las comunicaciones de despedida de Juan en sus epístolas, la nota de urgencia más bien ha aumentado. “El que niega que Jesús es el Cristo" niega al Hijo de Dios. Véase 1 Juan 2:22; 4:15; 5:1, 5, 10, 13, 20 para un énfasis exitoso de este punto.

Todo esto es bastante sencillo y directo, siempre y cuando mantengamos el idioma filosófico que después se empleo después con una terminología de “dos naturalezas”, “tres hipóstasis” y “una sustancia”; algo que nos impide ver las palabras de Jesús mucho más fácil. La iglesia es fundada sobre la roca que es la confesión de: ‘Yo soy el Cristo, el Hijo del Dios viviente’. ¡Nada sobre que él es Dios!

¿Qué más podemos decir de Mateo? Él parece haber prestado mucha atención a quién es Jesús. Todo su libro abre con la toma de que Jesús es el hijo de David, de Abraham y también, por supuesto, de Dios, quien es el Padre de Jesús, resultando en su genesis, origen (Mat 1:18; cuidadosamente note aquí el uso de la palabra).

En el libro de Juan, ¿cómo puede encajar esta clara enseñanza de que Jesús es el Hijo de Dios y Cristo? Perfectamente. ¿Acaso Juan no nos dijo expresamente que todo el libro fue escrito para que crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (20:31)? Mire cuidadosamente los primeros días de Jesús. ¿Qué dijeron sus futuros discípulos? “Hemos encontrado al Mesías…al Hijo de Dios” (véase Juan 1:41, 49). ¿Estaban equivocados? Por supuesto que no.

Ahora vienen las preciosas y confirmadoras palabras de Jesús en Juan 4, donde se encuentra en un pozo con la mujer Samaritana. Jesús, con su maravilloso estilo abarcador que le permitía hablar con todos, sin excepción, la involucra en su conversación. Esto es lo que ella sabe: “Sabemos que el Mesías ha de venir” (v. 25). Mirándola directa a los ojos, Jesús responde: “Ese soy yo, el que habla contigo” (Juan 4:26).
Jesús no estaba jugando o cambiando toda la conversación, por lo tanto ni engañando a la mujer. Algunos quieren hacernos creer que no existe una conexión entre “el Mesías” de la declaración de la mujer y la respuesta de Jesús: “Ese soy yo”. Hemos aprendido del mismo Juan que escribió todo lo que escribió para convencernos de que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios (20:31). “Ese soy yo” (¡aleluya!) confirma la expectativa de la mujer que el Mesías en efecto venía. Ella tuvo el privilegio de conocer a esa misma persona. ¡Jesús debió saber quién era el! Lo dijo aquí en Juan 4:26, tal como él lo dijo en los otros evangelios. Yo soy—el Mesías.

El Griego de estas maravillosas palabras, “ese soy yo”, es ego eimi (que se pronuncia en el griego moderno ego imi). Juan hábilmente creía en esta frase como el código para “Yo soy el Mesías”—y no ¡“Yo soy Dios”! La primera y clave aparición del dicho “ese soy yo”, es el que acabamos de examinar. Hay más en Juan. Por lo tanto, el sentido común requiere que la misma frase sea puesta en estas mismas palabras. Lamentablemente sus traducciones, deseosos por hacer que usted piensa en otra dirección, no han permitido que usted mire que Jesús también dice exactamente el mismo dicho de “Yo soy el Mesías” en Juan 8:58. Muy injustamente los traductores no incluyen la palabra importante “ese” cuando traducen “ego eimi” en Juan 8:58. Al no hacerlo, hacen difícil para usted recordar la afirmación Mesiánica en Juan 4:26: “Ese soy yo, el que habla contigo.”

Jesús sigue afirmando su pretensión Mesiánica. A pesar de todo, fue su intención declarar su Iglesia sobre esta idea fundadora.

Incluso antes de Abraham, que con alegría esperaba al Mesías, Jesús es el Mesías prometido, el que esperaban venir. “Ese soy yo, el Mesías.”
Unos pocos capítulos más adelante, en Juan 10, Jesús se enfrenta con Judíos hostiles que están profundamente descontentos con su pretensión Mesiánica e Hijastro unigénito—el sentido de que él estaba hablando y actuando únicamente por su Padre, el único Dios, quien Jesús dijo ser su “mismo Hijo”. Enojados y maliciosamente los Judíos (al menos algunos de sus líderes) acusaron a Jesús de hacerse pasar por Dios.

¡Qué oportunidad para que Jesús confirmara exactamente lo que sospechaban!—que él estaba afirmando ser Dios, o al menos “un Dios”. ¿Por qué Jesús solamente no responde diciendo: “Sí, eso es correcto, esto es lo que soy – Dios”?
Él no hizo tal cosa. Más bien explicó que estaba actuando como el único portavoz de ese solo Dios, su Padre; lejos de ser el mismo Dios (lo que con razón hubiera sido considerado como una blasfemia), él era el Hijo de Dios. “¿Por qué acusan de blasfemia a quien el Padre apartó para sí y envió al mundo? ¿Tan sólo porque dije: ‘Yo soy el Hijo de Dios’?” (Juan 10:36). Aquí de los labios del mismo Jesús tenemos la verdadera identidad de Jesús. ¿Está usted dispuesto a creer que él sabía quién era y fue capaz de decírselo a ellos y a nosotros?
En su juicio, con una coherencia total, afirmó la acusación de que él era “el Mesías, el Hijo del Bendito” (Marcos 14:61-62). ¿Le suena familiar? Aun mas Jesús resume nuestro deber como creyentes: “Y esta es la vida eterna [del siglo venidero]: que te conozcan a ti [el Padre], el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado” (Juan 17:3).
Nada menos que 516 veces en el Nuevo Testamento, Jesús es llamado el Cristo. ¿Es el punto sobre la identidad clara?
A través del libro de los Hechos encontrará exactamente la misma verdad que se está emitiendo en todas partes. “¿Cree usted que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios?” “Dios ha hecho a Jesús Señor y Cristo” (Hechos 8:37; 2:36).

Otro título ha surgido aquí, requiriendo su máxima atención—‘Señor’. Inmediatamente le recordamos que Jesús es “el Señor Jesucristo”, “nuestro Señor Jesucristo", “Cristo Jesús, mi Señor”.

Nuestro escritor y maestro más amplio de todo el Nuevo Testamento es Lucas, compañero de Pablo en sus viajes. La información primaria de Lucas acerca de la identidad de Jesús aparece en los primeros capítulos de su obra. El ángel Gabriel se encarga de dejar claro quién es Jesús. En Lucas 1:32-35 Gabriel lleva a cabo su ministerio de enseñanza en unas breves palabras instructivas, que nunca debieron ser pasados por alto o mal entendido. El bebé de María es identificado como “el Hijo del Altísimo”. Jesús es también “el hijo de David”, debido a su relación de sangre a través de su madre, descendiente de David.

Luego, en respuesta a la pregunta muy razonable de María de un embarazo sin el beneficio de un marido humano, encontramos estas palabras, que necesitan ser gritado a los cuatro vientos: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, y es precisamente por esta razón que el santo niño que va a nacer será llamado, el Hijo de Dios” (Lucas 1:35). Una vez que este extraordinario bebé nació, se les dijo a los pastores creyentes, “Hoy ha nacido en la ciudad de David un salvador que es el Señor, Cristo” (Lucas 2:11). Y no, me apresuro a añadir, ¡el Señor Dios! Pero el Señor Cristo y el Hijo del Altísimo. ¡Le suena familiar!

Esos hombres con una ciega confianza estaban teológicamente correctos cuando se dirigían a Jesús como el Señor, hijo de David (Mateo 20:31; 15:22). Este es el equivalente del Señor Mesías/Cristo.

Por supuesto que Hijo y Cristo son los títulos con raíces en Salmo 2, donde el Dios de Israel y de todos nosotros anunció: “Hoy yo te he engendrado...pondré a Mi Rey sobre Mi santo monte...Pídeme y te daré [Mi hijo] toda las naciones de la tierra como tu herencia.”

Ese engendró del Hijo ocurrió hace unos 2000 años. Sabemos esto solamente siguiendo la palabra de “engendramiento” de Salmo 2:7 lo mismo con la palabra en Mateo y Lucas de principio, engendramiento y nacimiento del Hijo. El decreto, “Te he engrando hoy” (Salmo 2:7) se hizo realidad el día en que María concibió por milagro y el ángel le confirmo a José, “Lo que ha sido engendrado [traído a existir] en ella es del santo espíritu” (Mateo 1:20). Por lo tanto, el padre de ese hijo engendrado (nacido) fue, por supuesto, el Hijo de Dios.

Lucas reporta las mismas buenas nuevas de Gabriel: “Precisamente a causa de” (dio kai) este milagro en María, el niño se llamará (= será) el Hijo de Dios (Lucas 1:35). Tome eso como la definición más brillante del Hijo de Dios y aferrarse de esto a través del resto del Nuevo Testamento. Pero tenga cuidado de no darle vuelta sobre su cabeza o ponerlo boca abajo o destruirlo convirtiéndolo en “Dios-Hijo”. No hay tal persona en la Biblia.
En Hechos 13:33 Pablo, viajando a menudo con Lucas y naturalmente en armonía con Lucas, pone el engendramiento, comienzo, la existencia del Hijo al inicio del nacimiento de Jesús (como se dice, ¡ni que fuera ciencia de cohetes!). Fue cuando Dios “levantó”, es decir, lo introdujo [por primera vez] a la escena humana. Similar a la forma en que levanto a Moisés, al Faraón y a David, fue como ocurrió el engendramiento de Jesús. Exactamente lo que hemos aprendido (arriba) de Mateo 1:20 y Lucas 1:35.
No se deje engañar por la mala traducción de “resucitando” en vez de “levantando” en Hechos 13:33. Esto podría confundir la simple verdad, haciendo a Jesús Hijo de Dios sólo en la resurrección [como erróneamente nos explica el comentario de la RV1995: “Sal 2.7, citado aquí para indicar que, al resucitar a Jesús, Dios lo autenticó como su Hijo.”]. Pero la resurrección de Jesús se describe en el versículo 34 y otro texto del Antiguo Testamento es citado para probar su resurrección [Isa 55.3].
Luego, mire la simple verdad sobre el engendramiento, el principio y nacimiento de Jesús en Romanos 1:3-4. Jesús allí es el Hijo de Dios, un descendiente de David (Pablo y Lucas en Lucas 1:32-35, en perfecta armonía), de acuerdo a la línea de sangre humana y “declarado [designado] con poder Hijo por la resurrección”, exaltación a la diestra del Padre.
Jesús no se convirtió en Hijo en la resurrección, ni en su bautismo. Él fue Hijo de Dios por ser procreado milagrosamente en María (otra vez Lucas 1.35).
Ahora a Hebreos 1. Dios no habló por su Hijo en los tiempos del Antiguo Testamento (Hebreos 1:1-2). ¡Esto debería ponerle fin a cualquier especulación que el Hijo era el ángel del Señor en el Antiguo Testamento! El punto de Hebreos 1 es para recordarnos que Jesús no es un ángel, nunca fue y, por lo tanto, ni un arcángel (un ángel de alto rango). Si Jesús era el ángel del Señor, su venida a la existencia en María sería imposible y la historia que hemos mencionado arriba fuera descarrilada y no tuviera sentido.
Hebreos 1:1 a 2:5 nos da un relato de la nueva creación del pacto en Jesús, la “sociedad por venir sobre el cual estamos hablando” (2:5). Esto comenzó cuando Dios cumplió su promesa hecha en 2 Samuel 7:14 que El un día seria el padre, engendraría, traería a existir a su propio Hijo: “Yo seré Su padre y él será mi hijo.” Vimos cómo esa promesa se hizo realidad en Lucas 1 y Mateo 1.

Para hacer el mismo punto sobre engendramiento, la procreación del Mesías, el Hijo de Dios, el escritor Hebreos cita Salmo 2 sobre el comienzo del Hijo de Dios (“Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado”, Sal 2.7 citado en Heb. 1:5). Una tercera cita prueba el punto: “Cuando él trae a su Hijo al mundo”, es decir, causa su nacimiento por medio de un engendramiento sobrenatural.
Al reunir toda esta información del Nuevo Testamento, datos que son totalmente consecuente y coherente, se nos insta a creer simplemente que Jesús, como él mismo lo declaró, es el Hijo de Dios (Juan 10:36). Y él debería saber y nosotros realmente deberíamos creerle— ¡si nos decimos ser creyentes!
La alternativa a esta creencia es suscribirse a la extraña idea de que Jesús es el Hijo de Dios quien eternamente existía [siendo “eternamente engendrado”, de acuerdo a los credos] como un miembro de un Dios trino. Este concepto, que se considera ser un misterio imposible e ilógico de entender, incluso para los expertos, hace descarrilar completamente la identidad bíblica de Jesús. Aun más que esto, presiento los conflictos más terribles, ex comunicaciones, cazadores de herejes, inquisiciones y quemados en la hoguera.
Pregúnteles a sus amigos judíos. Ellos le dirán que el Mesías, el ungido de Dios, no es el mismo Dios, haciendo dos dioses, ya que el Padre es Dios. Lucas 2:11 y 26 proporcionan la distinción elemental y fundamental entre Dios y Jesús.
Hay dos señores en la Biblia [cp. Sal 110.1]. En primer lugar, el Señor Dios, que es una sola persona, que se define por miles de pronombres personales singulares. En segundo lugar, el Señor Mesías, que comenzó a existir hace unos 2000 años (Lucas 2:11).

Los dos señores están bien descritos y se distinguen por el verso más popularmente citado en el Nuevo Testamento del Antiguo Testamento. Salmo 110:1 habla de Jehovah hablándole al señor de David, el Mesías. Ese segundo señor en el texto hebreo es adoni. Esta forma de la palabra “señor” no quiere decir Dios. Obviamente no ya que en la Biblia Dios no le habla a otro único Dios. Eso sería politeísmo y el desastre teológico final.

Biblias que le ponen una letra en mayúscula a ese segundo señor de Salmo 110:1 lo engañan. Cuando la palabra hebrea es adoni es correctamente representada como señor o amo (no es un título para Dios). Pero en el Salmo 110:1 los traductores de las diferentes versiones rompen sus propias reglas de capitalización. Se suponía que el segundo señor de alguna manera era el Dios-hombre de los credos tradicionales. Pero una vez que a la gente le enseñaron que Jesús es Jehovah, esto por supuesto causo un “problema” (¡una palabra favorita en los escritos teológicos!), cómo dos Jehovahs realmente podrían ser un Iahvé. Después de todo Jesús creía que la cosa más importante de todas es que creamos que “el Señor nuestro Dios es un Jehovah”, o Señor (Marcos 12:29).

Un escritor experto en la Trinidad se comprometió en una revista teológica a la proposición ¡“Dios es al mismo tiempo una persona y tres Personas"!

Los cimientos del universo fueron agitados y el curso del desarrollo de la iglesia desordenado de una manera permanente por la decisión de los Concilios de la Iglesia cuando hablan de tres como cada uno Dios y al mismo tiempo misteriosa e ilógicamente un sólo Dios. Esto implicó la imposición sobre la orientación de la Biblia hebrea con categorías extraídas de un mundo extraño de la filosofía griega. Este fue un desastre que necesita recuperación y restauración, para que todos los que se reúnan en la iglesia cristiana se reúnan para creer en un Dios Padre y en un solo Señor Mesías, el ser humano Mesías Jesús (véase 1 Tim 2:5). Esta es la simple verdad que tanto se necesita.

Al abandonar el credo de Jesús y substituirlo por otro credo de tres-en-uno ha sido una tragedia, como lo han notado muchos observadores expertos:
“En el año 317, un nuevo argumento surgió en Egipto con consecuencias de carácter dañino. El objeto de esta controversia fatal, que encendió tales divisiones deplorables en todo el mundo cristiano, era sobre la doctrina de tres personas en la Divinidad, una doctrina que en los tres siglos anteriores habían escapado felizmente la vana curiosidad de los investigadores humanos.”[1]
“Cuando miramos a través del largo tiempo del reinado de la Trinidad…vamos a percibir que pocas doctrinas han producido un mal tan sin mezcla.”[2]
“En práctica la doctrina cristológica nunca ha sido únicamente derivada de una lógica de las declaraciones de la Escritura…Por lo general la Iglesia practicante (sea lo que hayan afirmado estar haciendo en teoría) no ha basado su Cristología exclusivamente en el testimonio del Nuevo Testamento.”[3]
“Los griegos distorsionaron el concepto de la agencia [divina] legal de Jesús por una identidad ontológica, creando un conjunto ilógico de credos y doctrinas para causar confusión y terror para las generaciones posteriores de los cristianos.”[4]
“En ninguna parte identifica el Nuevo Testamento a Jesús con Dios.”[5]
“Debido a que la Trinidad es una parte tan importante de la doctrina cristiana posterior, es sorprendente que el término no aparece en el Nuevo Testamento. Del mismo modo, el concepto desarrollado de tres parentescos co-iguales en la Deidad que se encuentra en formulaciones del credo posterior no pueden ser claramente detectado dentro de los confines del canon.”[6]
"¿Cómo vamos a determinar la naturaleza de la distinción entre el Dios que se hizo hombre y el Dios que no se hizo hombre, sin destruir la unidad de Dios por una parte o interferir con la cristología por otra? Ni el Consejo de Nicea, ni los Padres de la Iglesia del siglo IV satisfactoriamente contestaron esta pregunta.”[7]
“La adopción de una frase no bíblica en Nicea marcó un hito en el crecimiento de dogma; la Trinidad es verdad ya que la Iglesia—la Iglesia universal hablando por sus obispos—lo dice, ¡aunque la Biblia no!...Tenemos una fórmula, ¿pero que contiene esa fórmula? Ningún pequeño de la Iglesia se atreve tratar de responderla.”[8]

Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías. Hijo de Dios es definido por Lucas 1:35 y Dios es el Dios y Padre de Jesús el Mesías, el Señor Mesías nació en Belén hace 2000 años. Este está destinado a volver a tomar las riendas de un gobierno mundial y rescatarnos de nuestra sorprendente pérdida de la simple Verdad. La verdad nos hace libre, como bien lo dijo Jesús (Juan 8:32).
Por más que protesten, dos o tres que son cada uno Dios hace a tres dioses. Si cada uno de los miembros de la Trinidad es Jehovah, entonces juntos no pueden llegar hacer un Iahvé. Uno nunca puede ser tres, por mucho lenguaje ofuscas que produzcan para convencernos. Una X no equivale a tres X.
Jesús mandó a creer en un solo Jehovah (Marcos 12:29) y por supuesto en sí mismo como el Señor Mesías y no como un segundo Señor Dios. Pablo lo resume en una corta y fácil formula de entender: “Para nosotros los cristianos solo hay un solo Dios, el Padre y ningún otro Dios fuera de Él” (1 Cor. 8:4, 6). Pablo aquí amontona las formas gramáticas singulares que, por supuesto, designan a una persona singular y única, el Padre. Acceso a ese solo Dios se obtiene a través de la mediación del ser humano Jesús el Mesías, quien no es el Señor Dios (¡haciendo dos!), pero el Señor Mesías, el mediador entre Dios y los seres humanos (1 Tim 2:5).

Con este credo prístino del Nuevo Testamento una nueva era de diálogo inteligente se puede abrir entre tres grandes religiones del mundo: el Judaísmo, el Islam y el Cristianismo.

Es hora de renunciar al quebrador de cerebro que son las fórmulas confusas de algunos expertos trinitarios. Cierro con una cita exasperante de un profesor de Harvard que escribió un libro clave titulado Reasons for Not Believing the Doctrine of the Trinity. Andrews Norton lamentó la complejidad atroz a la que la pérdida del credo prístino había llevado. Se refería a los intentos de los “teólogos” para explicar cómo Jesús puede ser 100% Dios y 100% hombre. La enseñanza implica lo que se llamó la “Comunicación de Propiedades”:

“La doctrina de la Comunicación de las propiedades”, dice LeClerc, “es tan inteligible como si uno fuera a decir que hay un círculo que está tan unido con un triángulo que el círculo tiene las propiedades del triángulo y el triángulo las del círculo.”
“Se discute en detalle por Petavius con su redundancia habitual de aprendizaje. El amplio folio de ese escritor que contiene la historia de la Encarnación es uno de los monumentos más llamativos y melancólicos de la locura humana que el mundo tiene que exhibir. En la historia de otros departamentos de la ciencia nos encontramos con muchos errores y extravagancias, pero la teología ortodoxa pareció ser la región peculiar de palabras sin sentido; de doctrinas confesablemente falsas en su propio sentido y sin explicación en ningún otro; de las más portentosas presentaciones más absurdas como verdades de mayor importancia y de las proposiciones contradictorias arrojadas juntas sin un intento de conciliar. Un error principal que atraviesa todo el sistema, así como otros sistemas de la filosofía falsa, es que las palabras poseen un significado intrínseco y no derivados de la utilización de los hombres; que no son meros signos de las ideas humanas, sino una especie de entidades reales, capaz de significar lo que trasciende nuestras concepciones y que cuando se expresa a la razón humana sólo como algo absurdo, aún pueden ser significativos de un misterio o una gran verdad oculta y tienen que ser creídas sin ser entendidas.”



Footnotes:

[1] J.L. Mosheim, Institutes of Ecclesiastical History, New York: Harper, 1839, Vol. 1, p. 399.

[2] Andrews Norton, A Statement of Reasons for Not Believing the Doctrine of the Trinitarians Concerning the Nature of God and the Person of Christ, Hilliard, Gray & Co., 1833, p. 287.

[3] Maurice Wiles, The Remaking of Christian Doctrine, London: SCM Press, 1974, pp. 54, 55.

[4] Professor G.W. Buchanan, from correspondence, 1994.

[5] William Barclay, A Spiritual Autobiography, Grand Rapids: Eerdmans, 1975, p. 50.

[6] “Trinity,” in The Oxford Companion to the Bible, Oxford University Press, 1993, p. 782.

[7] I.A. Dorner, The History of the Development of the Doctrine of the Person of Christ, Edinburgh: T & T Clark, 1882, Div. I, Vol. 2, p. 330.

[8] “Dogma, Dogmatic Theology,” in Encyclopedia Britannica, 14th edition, 1936, Vol. 7, pp. 501, 502.

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